Cirenio, como viceemperador del imperio romano, podía tomar, según la costumbre romana, cualquier mujer en el mundo como esposa o concubina, y con seguridad la mayoría de las mujeres romanas podría haberse sentido dichosa de ser la elegida del segundo hombre más esplendoroso del reino romano. Sin embargo esto no fue así con Tulia que fue curada de su ceguera de nacimiento por el niño Jesús. Ella empezó amar tanto a Dios que casi ya no tenía ojos para otro tipo de amor.
Cirenio, muy enamorado de Tulia desde que ella era una niña, le declaró su amor ahora que la había vuelto a encontrar después de muchos años y le pidió que fuera su esposa:
—Tulia, si te lo pido desde el fondo de mi corazón, ¿me darás tu mano para convertirte en mi legítima esposa?
—Y qué harías conmigo si te la negara? —le contestó Tulia.
Cirenio, un poco perplejo, pero siempre con buen humor, le respondió:
—Entonces sacrificaría todo a Aquel a quien tienes en tus brazos y me marcharía de aquí completamente entristecido.
Pero Tulia continuó diciendo:
—¿Y qué harías si pidiera el parecer de Aquel a quien tengo en mis brazos, y si Él me recomendase que renuncie a tu propuesta para ser fiel a la familia que me acogió tan cariñosamente?
Cirenio se quedó un poco desconcertado con esta pregunta.
—Pues... Pues entonces, carísima mía, por supuesto tendría que desistir de mi deseo sin réplica alguna. Porque contra de Voluntad de Aquel a quien obedecen todos los elementos, el hombre mortal nunca podría levantarse. ¡Pero pregúntaselo en seguida para que sepa lo antes posible a qué atenerme!.
En este momento el Niño Jesús se alzó y dijo:
—Yo no soy dueño de lo que pertenece al mundo. Por lo tanto, en todo lo relacionado con mundo, sois libres.
Pero si en vuestros corazones alimentáis amor puro el uno por el otro, entonces no deberéis romperlo.
Porque para mí no cuenta otra ley para el matrimonio que la que con letras ardientes esté escrita en vuestros corazones.
Si desde el primer momento que os visteis ya os unisteis por esta ley viva, entonces, si no queréis pecar ante mí, no deberéis separaros.
Pues para mí no vale en absoluto la unión mundana del matrimonio, sino únicamente la unión de los corazones...
El que rompe con esta ley es un auténtico adultero, ante mí.
Tú, Cirenio, regalaste a Tulia tu corazón; de modo que en adelante no se lo quites.
Y tú, Tulia, desde el primer momento tu corazón ardía por Cirenio; de modo que ante mí ya eres su esposa, con lo que ya estás casada con él.
Aquí no se trata de daros o no un consejo mundano, pues ante mí únicamente cuenta el parecer de vuestros corazones.
Permaneced fieles a vuestro corazón si no queréis volveros adúlteros ante mí.
Y maldito sea aquel que por razones mundanas va en contra de los asuntos del amor; pues, el amor es asunto mío.
¿Qué puede valer más: El amor vivo que surge de mí o la razón mundana que surge del infierno?
Por eso, ¡ay del amor cuyo móvil es el mundo!
Fuente: La Infancia de Jesús, capítulo 102, recibido por Jakob Lorber